Siempre fue una obsesión la idea de superarme constantemente, no solo
en el deporte sino en la vida en general.
Como cualquier emprendedor, he tenido fracasos y éxitos en la vida
laboral y personal, pero no hay como la satisfacción de haber superado un
problema, un fracaso, una mala elección y poder decir que lo hice sin claudicar,
sin bajar los brazos y sin vacilar.
Una de mis asignaciones
pendientes era el maratón. Es una prueba especial. Son 42 kms que no se corren
solo con el físico sino con el alma y la mente. Esta comprobado científicamente
que el cuerpo agota sus reservas a los 32 kms , por lo que los restantes 10k
son puro esfuerzo mental y es donde se corre también con el corazón.
Cuando lo consulte con el
entrenador me dijo que todavía no estaba preparado, pero internamente sentía
que tenía que darme ese lujo, ese desafío que tan bien me venía en esta etapa
de mi vida deportiva y personal. El maratón no solo es un objetivo deportivo, es una prueba para continuar con metas mucho más ambiciosas.
Quien corre un maratón tiene esa vibra
especial de poder lograrlo todo en todos los sentidos, y era ese el desafío
personal que necesitaba en este momento.
Luego de comunicar esta locura al
grupo de entrenamiento, dado que el objetivo era el maratón de Buenos Aires en octubre de 2013,
el adelantamiento a correr la maratón de Bahía Blanca en agosto de 2013 hizo
que tuviera que cambiar las rutinas por un plan mas
especifico que me permitiera cumplir ese objetivo. Hice fondos más largos, algunas
sesiones de velocidad y un régimen de comidas especial, agregando carbohidratos
y vitaminas.
El maratón de Bahía Blanca no
tiene la fama ni la cantidad de inscriptos que otras maratones más conocidas o
tradicionales. Es un grupo de corredores reducido, en una época del año en
donde hace mucho frío y no es de las más populares.
Finalmente llego el día. El
circuito bien definido y programados los complementos vitamínicos para cada intervalo de 10 kms con
una logística de apoyo familiar: mi señora estaba cada 10k con la bebida y
complementos necesarios para seguir. Ver
a mi familia en cada puesto fue también un gran aliciente para continuar
corriendo.
Estaba muy ansioso en el momento
de la largada. Obviamente, había dormido muy poco esa noche, unas 4 horas, no
podía parar de pensar en cómo iba a desarrollarse la carrera, que sentimientos
iba a tener en el trayecto y (no podía
evitarlo) como seria llegar a cumplir el objetivo.
El calentamiento previo a la
largada hizo crecer más la ansiedad. Se veían rostros tensionados, preparados
para el gran esfuerzo.
Llego el momento de la largada,
todos saltando y esperando que suene la
pistola que anuncia el comienzo de la carrera. Me sentía muy bien
físicamente, solo debía controlar la ansiedad de salir a ritmo demasiado
fuerte, largamos y ahí comienzo a pensar la carrera. Mi idea era comenzar con
un ritmo de 6 minutos cada 1000 mts, una carrera conservadora para ver cómo iba
resultando.
Pase los primeros 10k sin
problemas en menos de una hora, respetando el tiempo programado. A los 13k me uní
a un grupo que corría a la misma velocidad que la mía, con una logística
diferente: apoyo de dos bicicletas con agua y complementos, muy buena onda de
los 5 integrantes y un plan de carrera muy definido.
Corrimos juntos desde los
13k hasta los 33k y me voy a sentir
eternamente agradecido por esa invitación, símbolo de compañerismo y
generosidad que valoro demasiado.
Antes de la carrera todos me
hablaban de la pared de los 30k. Es el momento en que las fuerzas físicas se
van acabando, que el objetivo se ve lejano, que la cabeza empieza a enviar
mensajes erróneos, negativos por lo general, debido a la falta de fuerza
física, al largo tiempo que se lleva de carrera y al agotamiento en general.
Al principio pensé que no iba a
sufrir esta pared, incluso en el puesto de control había una gran pancarta que decía
“EL MURO NO EXISTE”. Pase los 30k sin problemas. Pero a los 33k sentí todas
esas sensaciones negativas juntas: tuve que parar un par de veces, miraba la
cantidad de kilómetros que faltaban, pero pensaba en positivo, intentando justificar lo ya
hecho y lo poco que me faltaba.
Pero me di cuenta que ese era el
momento que inconscientemente estaba buscando. Ese era mi gran objetivo: vencer
al muro de los 30k, vencerme a mí mismo y a las adversidades, como en otros
momentos de mi vida y para eso debía
utilizar el corazón, la fuerza de voluntad, la capacidad de resucitar siempre y
así fue, supere esos kms que tanto me habían costado, hasta que en el puesto de
control de los 38k siento la voz de mi mujer y mi hija que me dicen: faltan solo
4k, ya está.
Solo que los primeros 2k de esos
4 faltantes tenian una pendiente considerable. Deje el resto de mis fuerzas
en esos 2k y, al llegar a los 40k pude “ver la luz”: el resto fue todo
disfrutar, tomar un paso constante hacia la meta, eran los últimos 2k y puedo
decir que disfrute cada metro que corrí hasta terminar.
Ir pasando cuadra por cuadra, con la gente alentando, algún conocido que grita tu nombre, llegar a la plaza y que este mi familia y amigos esperando, fue una sensación que nunca había experimentado y que va a no voy a olvidar jamás. Mi mujer, mi hija, todo el grupo de running esperando la llegada luego de 4 horas y media de carrera fue el mejor premio que pude haber tenido.
LO HABIA LOGRADO. Ese objetivo
que me parecía inalcanzable ya no lo era. Había superado la distancia, la meta
final, pero en realidad me había superado a mí mismo.
Esto llego en un momento personal
que yo necesitaba tener una demostración de que podía seguir. Cuando uno llega
a los 50 años con metas personales todavía incumplidas puede ser tomado como
algo malo o como un signo de inmadurez, pero para mí es la razón para seguir viviendo y
disfrutando de eso tan preciado y valioso que tenemos que es LA VIDA.
Comentarios
Publicar un comentario